Esta mañana, al llegar al avión, refunfuñé porque me tocó la ventana. Ahora, de adulta, prefiero el pasillo, pues no me siento atrapada en esas filas de 3 puestos y en el momento de salir puedo hacerlo casi inmediatamente.
Después de resignarme, me puse los audífonos, recosté el asiento y, contrario a los últimos vuelos, no me dormí. Al abrir los ojos me encontré con un amanecer hermoso, uno que hace mucho rato no veía.
En ese momento recordé cuanto me gustaba la ventana, cuanto me maravillaba de ver ese paisaje que de otra manera nunca podría ver. De repente, volví a ser niña y a disfrutar profundamente del viaje en avión.
No quiero acomodarme, no quiero por practicidad perderme el mundo, no quiero ser adulta.
Hoy gracias a un amanecer, me reconecté con mi niña interior... Te invito a que cierres los ojos y pienses: ¿que amaba hacer de niño y se me olvidó?